Todos aquellos hidrocarburos de alta volatilidad o que se presentan en estado gaseoso a una temperatura ambiente en torno a los 20 ºC se consideran dentro de la definición legal de ‘Compuestos Orgánicos Volátiles’(COV). Y, tanto el ordenamiento europeo como el español, regulan estrictamente su uso y emisión a la atmósfera por sus efectos contaminantes y nocivos para el medio ambiente y la salud humana, sancionando muy severamente a quienes incumplan las normativas aplicables.
Según el Real Decreto 102/2011 de 28 de enero, actualmente en vigor, en el caso de una infracción muy grave de particulares o empresas la multa podría alcanzar los dos millones de euros. Además, el infractor podría sufrir la prohibición o clausura de sus actividades e instalaciones, incluso la inhabilitación para el ejercicio de la actividad, entre otras sanciones. La legislación actual clasifica los COV en “extremadamente peligrosos para la salud” (benceno, cloruro de vinilo o 1,2 dicloroetano); dañinos para el medio ambiente o de “Clase A” (anilinas, CFCs, tricloroetileno, etc.); y los de “Clase B”, que tienen un menor impacto medioambiental, como la acetona o el etanol, entre otros.
En el caso de una infracción muy grave de particulares o empresas la multa podría alcanzar los dos millones de euros
Amenaza para la salud
Sin embargo, tal distinción es meramente técnica, ya que cualquier daño medioambiental acaba tarde o temprano convirtiéndose en una amenaza para la salud. Es el caso de COV como el tetracloruro de carbono o los CFC, que contribuyen a la destrucción de la capa de ozono. La desaparición de esta tiene como consecuencia una mayor incidencia de la radiación ultravioleta sobre la superficie terrestre, lo que conlleva alteraciones permanentes del ADN y enfermedades como el carcinoma de piel, problemas oculares o el debilitamiento del sistema inmunológico, entre otras numerosas secuelas para toda la biosfera, no solo para las personas.
En conjunción con la luz solar, la polución atmosférica o ‘smog’ fotoquímico de COV y óxidos de nitrógeno, que están presentes en esa “boina” marrón rojiza que pende sobre una mayoría de nuestras grandes ciudades, favorece la creación de ozono a nivel del suelo (troposférico). Este es extraordinariamente perjudicial para la salud y provoca, según cálculos conservadores, al menos 6.200 muertes al año solo en España. Es en este punto donde se debería centrar el debate sobre las restricciones de tráfico en el centro de los grandes núcleos urbanos.
Estas actividades suceden en nuestro entorno más inmediato, pero también de forma habitual en industrias
Como es sabido, los COV de origen antropogénico se producen por la quema de combustibles fósiles (especialmente en los vehículos diésel) o por la simple evaporación de disolventes orgánicos. Estas actividades suceden en nuestro entorno más inmediato, pero también de forma habitual en industrias como la siderúrgica, maderera, cosmética, farmacéutica, automoción, etc. La permeabilidad de estos productos en nuestra sociedad es tal que la agencia gubernamental para el medioambiente de Estados Unidos (EPA) estima que es posible detectar simultáneamente de 50 a 300 COV diferentes en el aire de viviendas, escuelas, oficinas y locales comerciales.
Los COV en la vida cotidiana: caso de éxito
Son muy numerosos los productos de uso habitual que pueden originar emisiones de COV, en especial los de mantenimiento de los edificios y limpieza, las pinturas, los adhesivos, los revestimientos, las moquetas, las placas de yeso, los materiales aislantes, etc., entre otros muchos que podrían parecer inverosímiles a ojos del profano.
Un estudio recientemente realizado en un entono de trabajo tan común como es un almacén -el típico local de recepción y expedición de mercancías- reveló una exposición del personal a niveles crecientes de COV durante el desarrollo de sus tareas más habituales. Para realizar la investigación se utilizó el dispositivo de medición de calidad del aire en interiores Si-AQ VOC de Sauermann, que permitió medir con toda precisión la presencia de COV proveniente de la manipulación de un material tan aparentemente inocuo como las virutas de embalaje.
En el inicio del test (señalado con 'A') se registraron unas cotas de COV elevadas como consecuencia de la apertura de unas bolsas de virutas de embalaje. Los niveles detectados por el equipo se situaron entre 4.000-6.000 partes por mil millones (ppb). A continuación, y aprovechando la portabilidad del Si-AQ VOC, se trasladó el dispositivo al exterior del local, donde las condiciones del aire no contaminado (punto B) provocaron una rápida reducción de los niveles de COV.
Seguidamente, el Si-AQ VOC se expuso a gases de calibración en un medio controlado de laboratorio (punto C). Durante este proceso, el dispositivo indicó la medición esperada para el gas patrón (isobutileno); esto es, 10.000 ppb. A continuación, fue trasladado a un entorno de oficina tradicional (punto D), donde las mediciones se estabilizaron cerca de los niveles de COV habitualmente previsibles en este tipo de entornos (en torno a las 2.000 ppb).
Unas horas más tarde, el equipo se situó de nuevo en el exterior, en condiciones de aire no contaminado (E), para volver a introducirlo seguidamente en el interior, justo en el momento de la apertura de otra bolsa de virutas de embalaje (punto F). Como se esperaba, los resultados observados fueron muy similares a los obtenidos cuando se abrió el primer saco de virutas (compárese con el punto A).
El Si-AQ VOC permaneció en el local toda la noche, registrando una disipación progresiva de los gases de COV hasta su estabilización en niveles comprendidos entre 2.000 y 4.000 ppb. A continuación, volvió a exponerse al aire exterior no contaminado (punto G) para comprobar la estabilidad de los sensores del equipo, incluso tras casi 24 horas de funcionamiento continuo.
Finalmente, y para probar la precisión del dispositivo, se expuso otra vez al gas de prueba embotellado para su calibración (punto H), pudiendo observarse de nuevo que el sensor recogía e indicaba el valor correcto esperado: unas 10.000 ppb.
Cómo controlar la calidad del aire en interiores
Dentro del extenso catálogo de instrumentos de medida de Sauermann, los dispositivos Si-AQ Expert (portátil) y Si-AQ VOC (de mano) están especialmente indicados para el control de la calidad del aire en interiores, pudiendo medir con absoluta precisión la concentración de COV en estos entornos.
Ambos instrumentos emplean la más avanzada tecnología de sensores para permitir a los especialistas en calidad del aire, las empresas preocupadas por la seguridad medioambiental o los técnicos de laboratorio, entre otros, controlar de forma rápida y precisa los niveles de COV nocivos presentes en el aire ambiente de viviendas, oficinas, laboratorios o locales industriales.
Estos dispositivos incluyen un software compatible ‘bluetooth’ que permite un registro continuo de los datos en tiempo real. Además, pueden personalizarse para controlar hasta once parámetros distintos relativos a la calidad del aire en interiores, como la humedad relativa, el punto de rocío, la temperatura ambiente, la presión diferencial o la barométrica, entre otros.
El monitor de mano está especialmente diseñado para realizar pruebas de COV, así como de otros gases potencialmente dañinos como el monóxido de carbono (CO). Además, puede equiparse con hasta tres sensores de gases como CO2, CO, formaldehído, NO2, NO, O2, SO2 y H2S, además de medir la humedad relativa, la temperatura ambiente y la presión barométrica.
Por otro lado, el portátil Si-AQ Expert se orienta hacia el control de la calidad del aire interior en almacenes y edificios de oficinas. Puede medir concentraciones de múltiples gases y compuestos peligrosos que podrían deteriorar la calidad del aire y afectar a la salud y seguridad de los trabajadores.
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